Muchos se alegran de ver cómo los medios tradicionales han sido reemplazados por medios independientes nuevos. Pero la independencia también puede tener un coste: sin editores, sin directrices ni barreras para garantizar la precisión o la conducta ética. Cada vez me inquieta más el creciente grupo de periodistas y comentaristas autodenominados que atraen a audiencias masivas difundiendo teorías conspirativas, engaños e insinuaciones. Esto no es entretenimiento inofensivo. Corroe la confianza pública, alimenta la paranoia y propaga un nivel de odio institucional que puede causar daños duraderos a la sociedad.