Cada producto comienza como una pregunta que aún no sabes cómo responder. Puedes adivinar. Puedes modelar. Puedes argumentar. Pero nada de eso sustituye el pequeño shock que sientes la primera vez que el producto toca a un usuario real. Ese momento obliga a una honestidad que no puedes obtener por tu cuenta.
Lo sorprendente es cuán a menudo las mejores ideas provienen de estas colisiones en lugar de los planes que las precedieron. Te hace preguntarte cuánto progreso se retrasa simplemente porque los equipos posponen estos encuentros con la realidad.
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